Uno de los mayores objetivos del ser humano es el bienestar y una de mis principales áreas de interés ha sido siempre aprender a generarlo en mi vida. Si prestamos atención, notaremos que la mayoría de las veces que experimentamos sufrimiento, en realidad lo que experimentamos son las consecuencias del apego a algo: una persona, relación, emoción, lugar o cosa importante para nosotros. Ciertamente, se trata de manejar un cambio, pero más que el cambio, lo que duele es la pérdida de alguien o algo que creemos que necesitamos.
De acuerdo con Mireia Navarro, psicóloga, fundadora y directora del Centro de Psicología El Teu Espai: “Desapego es aprender a amar, a apreciar lo que tenemos y a involucrarnos en las relaciones de una manera más sana y equilibrada”.
Para mí, el desapego implica ser libre, dejar de depender, de necesitar, de aferrarnos. Significa que podemos valorar a las personas, relaciones y cosas, pero entendiendo que no las necesitamos para ser felices; de esta manera podremos establecer vínculos y relaciones más sanos, libres de dependencia.
A lo largo de mi vida, ha habido muchísimas experiencias que me han obligado a practicar el desapego. Una de las más significativas ha sido emigrar con mi esposo e hijos de Venezuela a Estados Unidos, a mis 40 años. Eso implicó no solo dejar mi país, también muchos de mis principales afectos, historia, trayectoria, logros, patrimonio y comodidades para empezar de cero e insertarme en una nueva sociedad que me brindaba una nueva oportunidad. ¿Cómo se siente esto al principio? ¡Muy duro! Venía de un país en el que, después de décadas de formación y trabajo, me había forjado una reputación, mi desempeño y relaciones me abrían puertas y, de repente, me veo en un lugar en el que, sin un documento de identificación, nadie sabe quién soy; donde no puedo ejercer lo que estudié; donde todo lo que tenía y construí ya no está; no producía como antes pero gastaba más; no podía reunirme con mi familia y los amigos de toda la vida y en el que, tampoco, está esa señora maravillosa que me ayudaba en casa y me preguntaba en la mañana: “¿Le provoca una arepita?”. Me pasaba que, después de un día de correr contra el tiempo, estudiar, trabajar en lo que podía, atender a los niños, la casa, me levantaba como un resorte de la cama a la una de la mañana porque había olvidado lavar los uniformes del día siguiente. En esos momentos me preguntaba si había tomado la decisión correcta, al tener dos vidas paralelas: la de aquí y la de allá: donde aún está tu gente, tu casa y tu alma; mientras albergas en tu corazón la esperanza de que todo cambie para poder volver. Sé que muchísimas personas han vivido esta experiencia en condiciones más difíciles y dolorosas, pero aún con ciertas ventajas no deja de ser un proceso avasallador.
Un día entendí que eres quien eres donde estés. Que tú, tus conocimientos y experiencias te hacen único y valioso en cualquier lugar y que tienes la gran bendición de que un nuevo país, que es MARAVILLOSO, te esté dando la oportunidad de demostrarlo. Entonces, entendí que debía superar el apego, crecer, agradecer y ser feliz. Te cuento cómo lo he ido logrando:
Confiando en Dios, en mí y en la vida.
Responsabilizándome. Entiendo que la vida que tengo es mi única responsabilidad, entonces me ocupo en crear la realidad que quiero.
Viviendo aquí y ahora. Agradezco mi pasado pero me enfoco y saboreo las experiencias que me ofrece cada día y aprovecho las oportunidades que se presentan. ¿Has oído eso de “si del cielo te caen limones, aprende a hacer limonada?” Entonces no me engancho en lo que yo quisiera que fuera y me concentro en lo que tengo hoy.
Asumiendo el cambio. Entiendo que ganar y perder personas, relaciones, emociones, lugares, cosas es algo natural, parte del proceso de la vida.
Meditando. Entiendo que puedo desear y tener lo que quiera, pero no lo necesito para ser feliz. Dentro de mí está todo lo que me hace falta.
Amando profundamente a mi gente, mis relaciones, mis emociones y mis cosas (aquí y allá); pero con vínculos sanos, sin dependencia.
Agradeciendo todos los días las bendiciones que tengo, entendiendo lo afortunados que somos por el milagro de amanecer vivos cada mañana.
Sé que parece muy difícil aplicar estas recomendaciones, pero créeme, será mucho más difícil y doloroso vivir sin aprender a superar el apego. ¿Comenzamos a trabajar en esto ahora mismo?
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