Iniciamos el mes de mayo compartiendo opiniones sobre la maternidad, un tema bellísimo, pero también controversial. Un espíritu rebelde ante la injusticia como el mío, no podía perder la oportunidad de hablar de realidades que están allí, frente a nuestros ojos, y de las que muchos prefieren no hablar, independientemente de la clara necesidad que existe de cambiarlas.
Si bien en otras sociedades las mujeres enfrentan con mayor frecuencia situaciones más difíciles de superar, como ser forzadas a casarse, sufrir violaciones dentro del matrimonio, entre otras, yo siento que las sociedades occidentales también revelan un estereotipo que implica que “todas las mujeres tienen que ser madres”. La expectativa social es que te conviertas en madre y para algunas personas, grupos y culturas, la exigencia viene en combo, acompañada de cualquier cantidad de condiciones: la edad que debes tener, el número de hijos, tradiciones qué cumplir, los estereotipos o valores que se deben inculcar, el tipo de mamá que debes ser, en fin…. y, aunque no dudo que en muchísimos casos esto se haga por amor y con la mejor intención hacia las mujeres, pensando que las ayudamos, a mi modo de ver, esto resulta invasivo y poco respetuoso hacia el derecho humano que cada mujer tiene a decidir si quiere ser madre o no, y de cómo quiere asumir su maternidad.
Cada mujer percibe la maternidad de manera distinta, incluso puede variar a lo largo de su vida. Por más de 25 años, para mí, realizarme como mujer no implicaba tener pareja, casarme o tener hijos. Estaba enfocada en formarme, desarrollarme profesionalmente y ser económicamente independiente. Cerca de mis 30 años, cuando ya había alcanzado logros importantes en estas áreas, comencé a pensar que carreras, posgrados, cargos y buenos paquetes anuales perderían sentido en el tiempo si no tenía una familia propia con quien compartirlos. Entonces, reorganicé mis prioridades, horarios, actividades y, sobre todo, el tiempo para generar oportunidades para emprender mi proyecto familiar. Así, a los 32 años estaba casada y a los 34 ya era mamá. Y si hoy me preguntas si repetiría la experiencia, mi respuesta es sí y mil veces, sí.
Ahora bien, la maternidad es una responsabilidad enorme y vitalicia. Ciertamente, no es para todas las mujeres. Y yo me pregunto entonces, ¿por qué pretender que todas sean madres? Así como existen mujeres que desean intensamente serlo y no pueden, hay otras que pueden y no lo desean. Todas las mujeres tienen derechos sexuales y reproductivos. Los derechos sexuales se refieren a ejercer su sexualidad de manera saludable, sin violencia, abuso, coerción ni discriminación. Los derechos reproductivos se refieren a decidir si quieren tener un hijo o no, cuántos quieren tener, cuánto tiempo desean que transcurra entre el nacimiento de uno y otro, información y acceso a métodos anticonceptivos y de planificación familiar, o por el contrario, sobre fertilidad femenina, fertilización asistida, orientación útil para antes, durante y después del embarazo, etc. En estas materias, cualquier otra persona puede opinar, preferiblemente, cuando se le solicite, pero debe tener muy claro que sus criterios no son instrucciones y que las mujeres deben conocer sus derechos sexuales y reproductivos, ejercerlos plenamente sin presión y, sobre todo, sin ser juzgadas y discriminadas por ello.
El llamado es a ser más empáticos y respetuosos de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres; y a las mujeres, a ejercerlos con autoridad y comprometerse a exigir su respeto y cumplimiento desde sus propios hogares y familias. Ésta podría ser una manera efectiva de ir impulsando el cambio.
Comments